¿Pero qué hay detrás de esas cifras en aumento? Lo primero que remarcan las especialistas es que cada caso es particular y no es prudente buscar explicaciones que intenten sintetizar la complejidad.
Sin embargo, hay algunas observaciones para tener en cuenta. Florencia Verona es licenciada en Psicología (MP 14063) y es parte integrante de un equipo de trabajo de la Facultad de Psicología de la UNC que conduce Alejandra Rossi, una de las máximas referentes en suicidiología del país.
Lo primero que destacó la especialista es la necesidad de hablar sobre la problemática y dejar de lado el mito y el tabú. De hecho, recordó que la Organización Mundial de la Salud planteó el año pasado -para el 10 de septiembre, que se conmemora el Día de la Prevención Mundial del Suicidio- la necesidad de “cambiar la narrativa; de esto sí se habla”.
Para Verona, “la cuestión del mito influye muchísimo. Tenemos que poder hablarlo de forma abierta, sensible y de una manera responsable porque es esencial. Esto es lo que hace que los mitos, los estigmas y los tabúes en torno al suicidio vayan pudiendo caer. Incluso pensemos lo que son las barreras culturales y cómo se relacionan con el poder buscar una ayuda psicológica o psiquiátrica cuando se necesita. O cómo nos relacionamos con nuestras propias vulnerabilidades. ¿Sabemos con quién contamos? ¿Tenemos una red de apoyo? Todo esto es fundamental para sostener factores protectores en la vida y en el bienestar de las personas”.
Y agregó: “Si quisiéramos atribuir una explicación o una causa al porqué aumentaron los casos de suicidio, estaríamos cayendo en un reduccionismo que tiene que ver también con el mito de que el suicidio tiene una única causa. La conducta suicida es una conducta multifacética, compleja, multidimensional y multicausal”.
En esa línea, la especialista destacó que quien se suicidó atravesó “un proceso de sufrimiento en donde hubo una visión de túnel que fue aumentando. Esa persona empezó a ver cada vez menos salidas y menos alternativas a problemas transitorios de su vida. Y eso decanta en una decisión que nunca es una solución. Esto es muy importante también transmitirlo: el suicidio nunca es una solución. Es una respuesta inefectiva ante un problema que es transitorio en la vida de una persona”.
Pero la licenciada en Psicología remarcó además que “estamos atravesando y observando todavía los efectos de lo que fue la cuarta ola de la pandemia, que tiene que ver con el deterioro de la salud mental a nivel mundial y el aumento de la demanda de asistencia psicológica en la mayoría de las poblaciones. Justamente porque las personas se siguen enfrentando a situaciones de ansiedad, de depresión y también de pérdida de red de apoyo que contribuye al aislamiento, que es un factor de riesgo del suicidio. Es decir, es muy importante hablarlo y hablarlo abiertamente porque eso rompe con el aislamiento”, subrayó. E insistió: la pandemia del Covid “aumentó el malestar de la población en general”.
Para Verona, el aislamiento es un factor de riesgo, un factor observable. “También es una conducta que puede ser notada por quienes comparten ya sea convivencia o espacios de trabajo con personas que manifiesten este tipo de cambios. Ante lo cual puede ser un disparador para hacer la pregunta: ¿Cómo estás? Tengo que escuchar y poder abrir la puerta”, sugirió.
-A la pandemia muchas veces se la piensa lejana ya...
-Claro, pero hemos naturalizado ciertos hábitos que tienen que ver con el uso excesivo de tecnologías, de pantallas y esa tendencia más a los vínculos virtuales y no tanto personales. Con esta tendencia al encierro y a creer que desde ahí tenemos conexiones humanas genuinas. Hay muchas cuestiones de la presencialidad o de lo que es el contacto humano que se diluyen.
-¿Cuánto hay de soledad en el suicidio?
-Mucho, pero porque es también una visión que la persona tiene. En ese proceso, al ver cada vez más vulnerada su vida, ¿a quién se lo cuentan? Y también lo podemos pensar a nivel colectivo: cuando los recursos de salud mental están estallados, sobrepasados, puede generar que una persona que esté en una situación de riesgo no reciba una atención necesaria de una manera oportuna. Por ejemplo, en Río Cuarto existe una guardia de salud mental las 24 horas en el Hospital San Antonio de Padua y, sin embargo, algunas personas no acceden por esta cuestión de no mostrar esa vulnerabilidad. Del estigma ante el pedido de ayuda, de ir al psicólogo y encima ir a un tratamiento. Tengamos en cuenta que lo que más salva vidas es la adherencia a un tratamiento; esto es fundamental. Es muy importante escuchar, acompañar en un ámbito familiar, pero el paso importante es que esa persona pueda acceder a una atención, a una asistencia oportuna y profesional, porque esto va a ser lo que proteja y mantenga su vida. Porque tenemos una estadística de suicidio, pero también tengamos en cuenta que existen estadísticas sobre tentativas de suicidio.
-¿Cómo es eso?
-Personas que lo intentan sin concretar el acto. Por cada persona que concreta un acto suicida, hay 5 personas que lo intentan y otras 15 personas con ideación suicida. Por eso es tan necesario trabajarlo desde políticas públicas y políticas educativas. Y, por supuesto, la prevención comunitaria es esencial, la capacitación a recursos técnicos, a personal, a fuerzas vivas.
-¿Qué hacen en el grupo especializado de la facultad?
-El grupo en primer término se llamaba gestión de primeras respuestas en salud mental entre eventos críticos y comunitarios. Asistíamos, por ejemplo, en situaciones de incendios cuando había que desalojar personas que entraban en crisis; entonces íbamos a contener y mitigar. Luego se creó un dispositivo de primera escucha que funciona para toda la población de la UNC. Y estamos desarrollando con Alejandra proyectos de intervención comunitaria, trabajando en el corredor de las Sierras Chicas, capacitando a profesionales médicos, enfermeros, psicólogos y a fuerzas vivas que tienen que intervenir ante situaciones en donde la salud mental es la urgencia. Ahí estamos trabajando con esos equipos para establecer políticas de intervención. Por último, también diseñamos una escala para detectar y medir el riesgo en las escuelas.
-¿Riesgo de qué tipo?
-Algún riesgo respecto a alguna tentativa.
-¿Hay segmentos etarios más proclives al suicidio?
-Las dos poblaciones de mayor riesgo son los adolescentes y los adultos mayores, ya sea por cuestiones de un diagnóstico terminal, por el pasaje a la jubilación, un aislamiento familiar, un cambio de hogar, alguna disfuncionalidad corporal permanente. En la adolescencia se observan redes de contención muy líquidas, muy lábiles. Es una etapa de quiebre en la constitución de la identidad y aparecen muchas vulnerabilidades, y la mirada del otro es muy importante y eso puede hacer mella.
-¿Hay señales o síntomas que el entorno puede percibir?
-Por supuesto que sí. Tenemos alertas verbales y no verbales. Muchas veces vemos que la persona habla negativamente de sí misma o de los demás, o respecto al futuro de su vida. Cuando comienza ese para qué que tiene que ver con la pérdida de sentido y el desinterés por las actividades de la vida cotidiana. O cuando tiende a comunicarse menos, a estar más irritable. Ante esas señales es importante poder hacer la pregunta: ¿estás bien? ¿Quieres hablar de algo? Y también, sin invadir, si no quiere hablar, que sepa que el otro está. De alertas no verbales, cuando las personas comienzan a regalar cosas que tuvieron mucho valor para ellas, si comienzan a descuidar el aseo personal, a dejar de comer, a dormir mucho más o a no dormir, pueden ser indicadores.